Soy como tú, tú tampoco amas:pie forzado

lunes, 12 de noviembre de 2012



Llevábamos ya varios meses viviendo en Thornton y por primera vez, sentíamos que de verdad teníamos un hogar, nunca habíamos podido pasar tanto tiempo en el mismo sitio.
Por fin habíamos encontrado un lugar seguro, mamá decía que aquí Ellos nunca podrían encontrarnos. Incluso parecía que ella también comenzaba a relajarse y a asumir que verdaderamente estábamos a salvo. Por primera vez nos dejaba abandonar la habitación en la que ella se encontraba para que pudiésemos jugar a solas, e incluso nos permitió tener nuestro propio dormitorio.
Ya que parecía que podríamos comenzar una nueva vida, que si no nos habían encontrado ya no lo harían nunca, mamá decidió que era hora de encontrar algún trabajo. Comenzó a hacer pequeñas excursiones al pueblo en busca de un trabajo de pocas horas, que le permitiese mantenernos de una forma estable para asegurar aun más nuestra protección. Una anciana que acababa de quedarse viuda la dio esta oportunidad: necesitaba una persona durante unas horas al día que la ayudase con las tareas de la casa y a realizar algunos recados.Mamá aceptó el empleo, pero nos impuso una condición: mientras ella estaba trabajando, nosotras teníamos terminantemente prohibido salir de casa o hacer algún tipo de ruido que delatase que estábamos allí.

Una persona tan obsesiva como nuestra madre no tuvo en cuenta un detalle muy importante a la hora de marcharse: que dos niñas que nunca habían podido estar solas no podrían evitar la tentación de hacer algo que escapase a su control, algo de lo que ella no se enterase.
-¿Qué te parece si mientras mamá está en el pueblo nos dedicamos a explorar el bosque? Ella no se enterará, será nuestro secreto- Evidentemente, esta idea fue mía, y mi hermana Clara no pudo decir que no.

Así que cada mañana, en cuanto mamá se marchaba para ayudar a la señora Hyland, Clara y yo nos escapábamos al bosque. Teníamos por delante cuatro maravillosas horas en las que éramos completamente libres, la amenazadora sombra de nuestra madre no podía oscurecer los ratos que pasábamos. Por primera vez podíamos correr y chillar, disfrutar del aire libre como lo había hecho cualquier niño.

Un día, llevadas por la fantasía de nuestro juego, nos alejamos demasiado de la casa y vimos algo que nunca jamás habíamos podido ver: otros niños. Niños con sus padres, que como nosotras, también estaban jugando. Naturalmente no nos acercamos, nunca habíamos tenido relación con nadie y no habríamos sabido qué decirles. Pero desde el momento en que les vi les envidié. Les envidié por ser libres, por poder jugar a la luz del sol, sin el miedo a que nadie les hiciese daño, y sobre todo por la forma en la que sus padres les trataban. Sus padres les querían.

Y por primera vez me di cuenta de que nuestra existencia no era normal, de que no deberíamos estar encerradas sin que nadie nos viese, nuestra madre no nos quería, no nos protegía como decía ella. Nos escondía, nos ocultaba, no éramos sus hijas, éramos sus prisioneras. Y por su culpa, nosotras no sabíamos ni podíamos querer a nadie. En ese momento mi hermana me miró, con sus grandes ojos llenos de tristeza, posiblemente pensando lo mismo que yo.
-Tú y yo somos iguales. Yo soy como tú, tú tampoco amas. Sólo tenemos miedo, es lo único que sabemos sentir... es tarde, deberíamos volver- le dije, y ella, como solía hacer habitualmente, guardó silencio y me obedeció.
Nunca más volvimos a salir de casa para jugar después de aquel día. Nosotras no éramos niñas, éramos insectos atrapados en la tela de araña que nuestra madre había creado durante muchos años, y nunca podríamos escapar de ella.

2 comentarios:

KodoKu dijo...

Me ha gustado mucho, has creado un halo de misterio alrededor del bosque que no ha desencadenado en lo que se podría esperar, que las viera alguien y corrieran peligro, sino en una reflexión muy madura de dos niñas que realmente nunca han podido serlo.

Natalia Cano García dijo...

Cristina, me ha gustado mucho la entrada. El misterio que rodea la historia me ha dado ganas de seguir leyendo, de saber más. ¡Felicidades!

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