Llevábamos ya varios meses
viviendo en Thornton y por primera vez, sentíamos que de verdad teníamos un
hogar, nunca habíamos podido pasar tanto tiempo en el mismo sitio.
Por fin habíamos encontrado un lugar
seguro, mamá decía que aquí Ellos nunca podrían encontrarnos. Incluso parecía
que ella también comenzaba a relajarse y a asumir que verdaderamente estábamos
a salvo. Por primera vez nos dejaba abandonar la habitación en la que ella se
encontraba para que pudiésemos jugar a solas, e incluso nos permitió tener
nuestro propio dormitorio.
Ya que parecía que podríamos
comenzar una nueva vida, que si no nos habían encontrado ya no lo harían nunca,
mamá decidió que era hora de encontrar algún trabajo. Comenzó a hacer pequeñas
excursiones al pueblo en busca de un trabajo de pocas horas, que le permitiese
mantenernos de una forma estable para asegurar aun más nuestra protección. Una anciana
que acababa de quedarse viuda la dio esta oportunidad: necesitaba una persona
durante unas horas al día que la ayudase con las tareas de la casa y a realizar
algunos recados.Mamá aceptó el empleo, pero nos impuso una condición: mientras ella estaba trabajando, nosotras teníamos
terminantemente prohibido salir de casa o hacer algún tipo de ruido que
delatase que estábamos allí.
Una persona tan obsesiva como
nuestra madre no tuvo en cuenta un detalle muy importante a la hora de
marcharse: que dos niñas que nunca habían podido estar solas no podrían evitar
la tentación de hacer algo que escapase a su control, algo de lo que ella no se
enterase.
-¿Qué te parece si mientras mamá
está en el pueblo nos dedicamos a explorar el bosque? Ella no se enterará, será
nuestro secreto- Evidentemente, esta idea fue mía, y mi hermana Clara no pudo
decir que no.
Así que cada mañana, en cuanto mamá
se marchaba para ayudar a la señora Hyland, Clara y yo nos escapábamos al
bosque. Teníamos por delante cuatro maravillosas horas en las que éramos
completamente libres, la amenazadora sombra de nuestra madre no podía oscurecer
los ratos que pasábamos. Por primera vez podíamos correr y chillar, disfrutar
del aire libre como lo había hecho cualquier niño.
Un día, llevadas por la fantasía
de nuestro juego, nos alejamos demasiado de la casa y vimos algo que nunca
jamás habíamos podido ver: otros niños. Niños con sus padres, que como
nosotras, también estaban jugando. Naturalmente no nos acercamos, nunca
habíamos tenido relación con nadie y no habríamos sabido qué decirles. Pero desde
el momento en que les vi les envidié. Les envidié por ser libres, por poder
jugar a la luz del sol, sin el miedo a que nadie les hiciese daño, y sobre todo
por la forma en la que sus padres les trataban. Sus padres les querían.
Y por primera vez me di cuenta de
que nuestra existencia no era normal, de que no deberíamos estar encerradas sin
que nadie nos viese, nuestra madre no nos quería, no nos protegía como decía
ella. Nos escondía, nos ocultaba, no éramos sus hijas, éramos sus prisioneras.
Y por su culpa, nosotras no sabíamos ni podíamos querer a nadie. En ese momento
mi hermana me miró, con sus grandes ojos llenos de tristeza, posiblemente
pensando lo mismo que yo.
-Tú y yo somos iguales. Yo soy
como tú, tú tampoco amas. Sólo tenemos miedo, es lo único que sabemos sentir...
es tarde, deberíamos volver- le dije, y ella, como solía hacer habitualmente, guardó silencio y me obedeció.
Nunca más volvimos a salir de
casa para jugar después de aquel día. Nosotras no éramos niñas, éramos insectos
atrapados en la tela de araña que nuestra madre había creado durante muchos
años, y nunca podríamos escapar de ella.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho, has creado un halo de misterio alrededor del bosque que no ha desencadenado en lo que se podría esperar, que las viera alguien y corrieran peligro, sino en una reflexión muy madura de dos niñas que realmente nunca han podido serlo.
Cristina, me ha gustado mucho la entrada. El misterio que rodea la historia me ha dado ganas de seguir leyendo, de saber más. ¡Felicidades!
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